LA CUMBRE DE COPENHAGUE

En diciembre, al igual que otros años, convergieron los máximos representantes de los países signatarios del Convenio Marco de la ONU sobre Cambio Climático Global en la XV Conferencia de las Partes, que este año se realiza en Copenhague. La “COP XV” como se la denomina en la jerga propia de la diplomacia ambiental internacional viene suscitando interés en muchos ámbitos del quehacer político, económico, académico y científico, aquí y en todo el mundo. De esta excitación colectiva se han hecho cargo los medios masivos de todo el mundo, añadiendo suspenso a las expectativas ya generadas por ONGs, referentes de la diplomacia internacional, tales como Ban Ki Moon, Secretario General de la ONU, o la difusión de trabajos elaboradas por prestigiosas instituciones, tales como el Informe Stern, del Reino Unido o los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), entidad internacional galardonado con el Premio Nobel hace un par de años.

¿Qué se discutió en Copenhague?

Mas allá de expectativa y el alto relieve mediático que ha adquirido el tema del cambio climático, a partir de su “descubrimiento” por parte del periodismo global, cabe preguntarse que está en juego en esta cumbre, cuales son los intereses en disputa, y que cambió en el mundo respecto de años anteriores, cuando se reunían los expertos y decisores en forma anual para estas cumbres.

Analicemos el último interrogante primero: ¿Porqué hoy tiene otra gravitación en la agenda mediática internacional?

1. Hasta el año pasado, el gobierno de los Estados Unidos era encabezado por una administración esencialmente escéptica y descreída de todo lo referido al cambio climático. La gestión Obama se ha comprometido con la agenda del cambio climático en lo que parece un giro mayúsculo en la política norteamericana en la materia. Su administración impulsa legislación doméstica para reducir emisiones, aunque es difícil saber cuales serán las resistencias que podrán generar los representantes y los senadores. Estados Unidos ha cambiado sustantivamente su postura hacia un mayor compromiso con el régimen internacional y esto es esencial, dado que es imposible vislumbrar un esfuerzo colectivo exitoso, sin involucrar a países tan gravitantes como EE.UU. o China.

2. Con respecto a China, al igual que otros países emergentes, comienza a difundirse un cambio en las tradicionales posiciones de involucrarse en las negociaciones, solo desde la denuncia y la recriminación hacia el mundo desarrollado por haber creado el problema, sin la mirada hacia el futuro en aras de buscar soluciones viables. De hecho China, hoy el segundo emisor de GEI, se ha comprometido con metas de reducción, a ser precisadas luego de la COP XV, sin perjuicio de haber realizado grandes avances en energias alternativas, en un reconocimiento bastante explícito de lo que significa la deuda ambiental y las ventajas económicas comparativas que cede en el plano internacional.

3. La agenda del cambio climático ha sido tomada por los medios masivos y las ONGs como una causa común, a diferencia de lo que sucedía en el pasado. Producto de películas de consumo masivo como “una Verdad Incomoda” la documental de Al Gore o el “Dia después de Mañana”, todo el mundo entiende “algo” sobre cambio climático. Aún cuando el fenómeno de que el conocimiento acotado de un tema puede  ser mas peligroso que la ignorancia absoluta, es innegable que la difusión masiva de las causas del cambio climático y sus posibles consecuencias ejerce una presión grande sobre los decisores del mundo, sean estos del ámbito político, social o económico.

Con respecto a los otros interrogantes: ¿Qué intereses están en disputa y que está en juego? Creemos de utilidad compartir las siguientes reflexiones:

El mundo en vías de desarrollo plantea la responsabilidad histórica de quienes se industrializaron en el pasado como exigencia moral para encarar las políticas de reducción de emisiones. Esta postura tradicional, basada en una ética de la responsabilidad por lo hecho en el pasado, parece ceder frente a una realidad práctica de emisiones crecientes de los países en vías de desarrollo. Las facturas por los hechos del pasado no son quizás elementos suficientemente gravitantes a la hora de diseñar respuestas efectivas para el futuro, habida cuenta del derecho innegable al desarrollo económico que asiste a todos los países emergentes. Quizás esta tensión entre la responsabilidades históricas del mundo desarrollado, frente al “derecho al  desarrollo” de las naciones emergentes marque en cierta forma las posibilidades de acuerdo para un régimen internacional futuro, el cuál deberá necesariamente contemplar las necesidades de financiamiento adicional, en particular para aquellas naciones menos privilegiadas de la Tierra, fuera de todo circuito financiero y sin acceso al crédito indispensable para dar el salto cualitativo hacia menores emisiones de GEI.

También es en función de estas posiciones contrapuestas que se disputan hoy los alcances de cualquier compromiso futuro en cuanto a reducciones de emisiones por parte de países desarrollados (que en muchos casos de por si no han alcanzado las metas comprometidas bajo Kyoto, como Canadá) y la exigencia de que los países emergentes asuman algún compromiso concreto. De hecho, este contrapunto se constata en la oferta de China de ofrecer metas, no de reducción de emisiones netas, sino en términos de intensidad energética. Es una salida inteligente para cualquier economía emergente que permite ponderar los avances relativos medidos en términos de unidad de PBI/cantidad de emisiones, haciendo lugar a las indudables mejoras que pueden lograrse a partir de un uso más eficiente de la energía, a través de todo el espectro de actividades económicas.

Además de las posiciones de China y Estados Unidos en tanto grandes emisores de GEI y la innegable tensión entre la “razón moral histórica” en la que se funda el argumento de las responsabilidades comunes pero diferenciadas entre países industrializados y en vías de desarrollo, como pieza clave del régimen global sobre cambio climático, se juegan otras no menos trascendentes:

Estas son:

El rol que jugará el mercado en cualquier estrategia a futuro.

En la experiencia del Protocolo de Kyoto, cuyo primer período de compromiso concluye ahora en 2012, el MDL y el comercio de emisiones han jugado un papel importante en cuanto al estímulo a la innovación tecnológica. Sin embargo aparecen algunas dudas en el horizonte. En primer lugar la vasta mayoría de proyectos en ejecución han ido a algunos pocos países en vías de desarrollo que han sabido capitalizar sus ventajas. Estos países, China, India, Brasil, Mejico, no son seguramente las naciones mas postergadas del planeta, con lo cuál el fin de la equidad en el reparto de oportunidades se ve alterado en claro desmedro de países mas pobres.

En segundo término, el clima de hostilidad y desconfianza que impera hoy en el mundo post-crisis financiera respecto del “mercado”, como fuente de soluciones eficientes a los problemas colectivos de la envergadura y entidad que posee el cambio climático, seguramente militará con fuertes resistencias contra el MDL en el futuro.  En igual sentido, los tramites pesados y burocráticos que traen aparejados la aprobación cualquier proyecto MDL ante la Junta Ejecutiva del Protocolo de Kyoto, aún cuando sean necesarios para asegurar la confiabilidad de las reducciones de emisiones certificadas, no condicen con la agilidad que pretende ofrecer cualquier mercado financiero o de bienes transables. Los tiempos de la ONU, no son los mismos en que operan los mercados.

Finalmente, la envergadura del problema exige cambios mucho mas profundos al patrón de uso energético, de lo que parece factible con los mecanismos de mercado que actualmente operan. ¿Cuan defendible es un proyecto MDL que reduce una cantidad de emisiones infinitamente menor que las que serán generadas en una sola de las usinas a carbón que se construyan en India o China año a año? Si además se le añaden los costos de transacción involucrados, incluyendo los “fees” y honorarios de intermediarios, corredores, originadores, estructuradores, consultores, abogados, contadores y auditores ambientales, alguien con buen tino puede preguntarse si todo el ejercicio no resulta un tanto parasitario y poco eficiente de cara a las necesidades del clima global. Sería una lástima, porque el mercado es una forma más que eficiente de asignar recursos financieros donde pueden ser empleados con mayor. Pero el desprestigio generalizado del sector financiero, bien puede terminar por contaminar el esquema en su conjunto, inclinando la balanza por alternativas de mando y control más tradicionales y en sintonía con los instintos intergubernamentales que definirán el día.

El rol que tendrán los sumideros

Hasta ahora, la cuestión de los sumideros quedó más bien soslayada frente a los proyectos tendientes a reducir emisiones. A partir de las iniciativas brasileñas y de otros países que han impulsado un reconocimiento internacional en favor de la deforestación evitada y un rol activo para los cambios de uso del suelo, es imaginable una nueva y renovada mirada sobre el tema, aún cuando suscite resistencias entre ONGs internacionales y algunos países desarrollados. Cuando se consideran las emisiones de GEI generadas por los desmontes y la deforestación en su cabal dimensión, uno se pregunta porqué no fue motivo de mayor atención con anterioridad. De hecho, este fenómeno y cambio de enfoque explica en gran medida la creación del Fondo Amazónico por parte del gobierno brasileño con el fin de captar inversiones globales para la promoción del desarrollo sustentable de la región.

Conclusiones

Las estimaciones científicas más confiables, o al menos de mayor difusión entre el ámbito profesional vinculado al cambio climático, desde el Informe Stern hasta el IPCC, consignan como razonable estabilizar las concentraciones de CO2 en la atmósfera en un rango tal que el incremento de la temperatura global no supere los 2º C. Existe consenso respecto de que este incremento representa una proyección razonable atento a la adopción de medidas colectivas y concertadas, sin implicar una afectación excesiva a la economía global y en particular a los países en vías de desarrollo.

Por otra parte, habrá una innegable mudanza de énfasis hacia la mitigación y adaptación a los efectos del cambio climático, en lugar del énfasis colocado hasta la fecha en la reducción de emisiones. Esto no es mas que un reconocimiento explícito de que el cambio climática ya ha producido efectos sustánciales y en gran medida irreversibles. Fondear esta adaptación será una obligación de los países con mayores recursos en base a elementales razones de equidad y justicia social e intergeneracional.

Resta ver si existirá la voluntad política de generar los compromisos necesarios para ello, o si los intereses del corto plazo primarán sobre el interés general. El tiempo se agota toda vez que Kyoto concluye en 2012. Es de esperar que el clima de desconfianza general ocasionado por la recesión y la crisis financiera no haga perder el rumbo de quienes tienen el compromiso de velar por el futuro de todos. Aún cuando las incertidumbres son grandes, y el desconocimiento científico necesita ser profundizado, habida cuenta de la trascendencia de los intereses en juego, no parece para nada insensato, hacer un esfuerzo concertado para diseñar un mecanismo global que actúe como una suerte de seguro colectivo contra un riesgo, que, en sus peores escenarios puede ser catastrófico para todos.
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Juan Rodrigo Walsh

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