EL “BIOCHAR”, UN NUEVO BIOCOMBUSTIBLE?

 

Un encuentro reciente realizado en la ciudad de Boulder, Colorado, por un grupo de científicos convocados por la Universidad de ese Estado Norteamericano, tuvo por objetivo analizar las ventajas energéticas y ambientales a partir del uso del “biochar”, que no es otra cosa que el carbón vegetal que tanto conocemos en estas latitudes, para los asados del fin de semana. En realidad el interés en una nueva mirada sobre el potencial del carbón vegetal, yace, como tantos otros descubrimientos y avances tecnológicos relacionados con la protección del ambiente, en una reinterpretación o visión fresca e inspirada en la sustentabilidad, sobre prácticas o costumbres tan viejas como la humanidad.

En este caso, el potencial del carbón vegetal como mejorador de suelos, y eventualmente como potencial secuestrador de carbono, tuvo sus orígenes en los hallazgos de “terra preta” en la Amazonía brasileña efectuadas hace mas de un siglo. En términos generales los suelos de la selva amazónica son pobres, con la excepción de algunas zonas donde se detecta la presencia de restos de carbón vegetal, incorporadas por los antiguos moradores, en forma deliberada mediante la incorporación de restos vegetales quemados. Esta incorporación no era casual, y según las investigaciones, obedeció a la voluntad de los pueblos originarios de mejorar la calidad de suelos.

Más recientemente, un investigador holandés, Wim Sombroek, replicó estas experiencias antiguas con resultados más que positivos desde lo agronómico, prácticas que fueron utilizados luego por otros investigadores con claras mejoras en los rindes en cultivos en ecosistemas tan diversos como Colombia, Estados Unidos y Canadá. Lo realmente innovador de las ideas de Sombroek trasciende las virtudes agronómicas de añadir carbono al suelo. Sometiendo el material vegetal a un proceso de combustión con escaso oxígeno, conocido como pirólisis, se obtiene un carbón vegetal que, agregado al suelo, no solo mejora el rendimiento agronómico, sino que secuestra el carbono, evitando las emisiones de CO2 a la atmósfera. De hecho ya existen variadas experiencias en el mundo, algunas de ellas con tecnología desarrollado por emprendedores argentinos con hornos pirolíticos diseñados para procesar restos vegetales, produciendo un combustible sintético de origen renovable, además de las mejoras agronómicas señaladas. (Ver también la sección de Ciencia y Tecnología de la Revista “The Economist”, Agosto 29, 2009).

Juan Rodrigo Walsh

 

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